El fin se acerca
“Mas el fin de todas las cosas se acerca; sed, pues, sobrios, y velad en oración”
(1 Pedro 4:7)
He aprendido de mi esposa a mirar los envoltorios de los productos en el supermercado. Casi sin planteármelo me fijo en la fecha de caducidad de todo lo que compro. Estas fechas suelen venir de manera bastante evidente en las etiquetas. De esta forma el fabricante te anuncia que lo que vas a adquirir expirará, llegará un momento en el cual dejará de cumplir su cometido y por tanto habrá de desecharse. He comprobado que mirar las etiquetas es una buena praxis, especialmente si algún precio te deslumbra y seduce. Suele pasar que cuesta muy poco lo que está a punto de perder su razón de ser y de nada sirve comprar mucho de algo que en unos días caducará, por atractivo que parezca. Saber esto es bueno para no llevarse chascos lamentables en la compra de productos para el hogar, pero he comprobado que es mucho mejor si aplicamos esta filosofía de vida a este mundo y sus oportunidades ilusorias. Pagar por un producto que caducará pronto puede ser una mala inversión, pero invertir la vida en chollos de este mundo puede ser catastrófico, e incluso con consecuencias eternales.
El apóstol Pedro, en ese lenguaje sencillo y directo que le caracterizaba exhortó a los cristianos en su primera epístola universal a vivir diferente al mundo. La razón que esgrime es que todo lo que existe tiene fecha de caducidad, “el fin de todas las cosas se acerca”, así que de nada vale aferrarse a lo que muy pronto dejará de ser. Hacerlo no es sabio, sino impropio e irreflexivo. El viejo apóstol propone una inversión mejor, algo que realmente valga la pena y cuyas consecuencias tengan una durabilidad eterna. Por eso habla de oración, de amor fraternal, de prudencia, de ministrar a otros, de servir con desprendimiento y de actuar en el poder de Dios (1 Pedro 4:8-11). Esta lista no es restrictiva, sino representativa de la virtud a la que debemos aspirar. Cada una de estas acciones están etiquetadas debidamente por el Señor para no caducar nunca (Apocalipsis 14:13).
Por tosca que parezca la analogía de las etiquetas del supermercado, ella nos ilustra que podemos errar en nuestras inversiones si gastamos nuestras vidas en lo perecedero, a esto le llama el escritor sagrado: “vivir el tiempo que resta en la carne” (1 Pedro 4:2). Pedro nos advierte del peligro de la concupiscencia, embriaguez, disipación, idolatría y otras lamentables actividades en las que viven los que no conocen a Dios. El llamado del apóstol es a no ser como ellos, sino vivir en una conducta que desafíe a las tinieblas. ¡Qué miserables seríamos si perdemos nuestro tiempo en lo que no aprovecha, en aquello que es intrascendente y perecedero!
No es tan fácil renunciar a lo transitorio. Hay que decir que los envoltorios son muy atrayentes, que los colores exteriores suelen distraernos acerca de la verdad que subyace dentro del envase, y que los precios bajos pueden en verdad ser seductores. Se requiere de sensatez para evaluar la situación fríamente, con una objetividad más allá de la vista embelesada por lo baladí. Es ahí donde el Espíritu Santo nos da dirección para no errar y repetir las conductas execrables de los que viven inicuamente. Haremos bien si prestamos atención a lo que él nos dice cuando vivifica las Escrituras para nuestro entendimiento y cuando nos recuerda las cosas que Jesús y los apóstoles enseñaron. Solo obedecer es seguro.
Somos llamados a ser juiciosos, a vivir en novedad de vida (Romanos 6:4). Nuestra andadura es hacia lo eterno (Filipenses 3:20). Nuestra mirada está en las cosas de arriba, no en las de la tierra (Colosenses 3:2). Tenemos un itinerario fijo hacia la eternidad y no podemos tener lastres que nos priven de llegar a la deseada meta.
Pedro sabía de qué hablaba, él mismo tuvo que pelear con aquellas cosas que le sujetaban el paso. Cristo, en cierta ocasión, tuvo que reprenderle duramente por su desvarío: “Pero él, volviéndose, dijo a Pedro: ¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres” (Mateo 16:23). Sin embargo, aprendió la lección y enrumbó su mirada hacia el Señor para no volver a mirar otra vez a “las cosas de los hombres.” Pedro nos habla desde el perdón recibido y desde la oportunidad de un nuevo comienzo. Su testimonio nos alecciona. Se puede echar a andar de nuevo si nos arrepentimos y ponemos nuestra vista en Cristo.
Las etiquetas de los supermercados me resultan un excelente recordatorio de que todo lo que veo pasará. Pedro, por su parte, me desafía a vivir en sobriedad y poder. Su historia me anima a no darme por vencido, aunque haya sido víctima de alguna fascinación temporal. Dios perdona y reenfoca nuestro andar si es que ponemos en él nuestra confianza. Echa un vistazo a tu alma y verás que está sellada con eternidad. Cristo murió por ti, vive entonces solo para él y para nadie más: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20).
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