Derribando los altares de Baal
Unos pocos días hubieran bastado para llegar; sin embargo, cuarenta años le tomó al pueblo de Israel acceder a una de las bendiciones más grandes de todos los tiempos: llegar ala Tierra Prometida.
Por el poder de Dios, habían dejado de ser esclavos de Egipto, pero su mentalidad seguía encadenada ala esclavitud. Cuatrodécadas -una generación, prácticamente toda una vida- tuvieron que estar quemándose en las arenas del desierto por causa de su terquedad, idolatría, desobediencia y altivez. Muchos de ellos, inclusive su propio líder Moisés, no lograron entrar en “la tierra donde fluye leche y miel”.
Quien esto escribe también ha estado -y aún lo está- dando tumbos y quemándose en las arenas del desierto. El Señor me sacó de la esclavitud de Egipto, es decir me liberó del poder del pecado, cuando aún era muy joven. En octubre pasado hicieron 31 años desde aquel día en que conocí a Jesús como mi Salvador. Hoy, echando una rápida mirada hacia atrás para examinar el camino recorrido, puedo ver con claridad que he estado, como lo estuvo el pueblo de Israel, muchos años de mi vida dando tumbos, quemándome en las ardientes arenas de mi propio desierto. Pero lo peor de todo es que creo que esto no ha terminado aún.
¿Cómo puede ser esto posible? Me preguntaba con profunda tristeza hace algunas noches.
El pueblo de Israel durante su prolongada peregrinación por el desierto una y otra vez edificaba altares a sus propios dioses, no obstante haber sido testigo presencial de portentosas manifestaciones del poder de Dios desde que los sacó de la tierra de Egipto.
Hoy, caigo en la cuenta de que no tengo nada de qué escandalizarme de esta actitud del pueblo escogido de Dios. Puedo ver cómo a pesar de haber sido también testigo de grandes cosas que el Señor ha hecho, una y otra vez yo también vuelvo a edificar altares a Baal.
En la soledad de mi meditación, puedo ver cómo ciertos malos hábitos se vuelven cíclicos y recurrentes durante el transcurso de los años. Los dejo con el poder del Señor y una y otra vez vuelvo a ellos. Es triste ver como cuando las arenas del desierto queman, me pongo más diligente con las cosas de Dios y me aparto de lo que me hace daño o no es de edificación; pero en los tiempos de bonanza, tiendo a caer nuevamente en los mismos malos hábitos. En pocas palabras, vuelvo a edificar altares a Baal. No es de extrañarse, entonces, que todavía esté dando vueltas en un desierto.
Los malos hábitos se ponen en evidencia por sí mismos. Pero hay otros en cambio, que funcionan de una manera considerablemente más sutil. Sin ser malos en sí mismos, claro está que no han sido edificantes. Por ejemplo, la mayor parte de mi ministerio actual es a través de Internet. Sin embargo, justamente la red a través de la cual ministro ha sido motivo de dolorosas caídas, para mí. Hoy descubro con amargura que he estado dedicando cuantiosas horas de mi valioso tiempo, a visitar ciertos sitios, bajar, guardar y acumular durante el transcurso de prolongados lapsos, enormes cantidades de contenidos que -como digo- sin ser malos por sí mismos, se convierten en malos por su superlativo volumen y objeto de reiterado, asiduo; pero por sobre todas las cosas, compulsivo acceso y consulta una y otra vez, como un objeto de adoración y deseo.
Apartarme de ciertos hábitos a todas luces dañinos para mi salud y de otros más sutiles pero definitivamente no edificantes; eliminar gigas y gigas del equipo y de los sistemas de back-up de toda esa basura que me aparta de Dios, me hace sentir liberado. Siento como si hubiera derribado miles de altares a Baal.
Y es que cualquier cosa en este mundo que adquiere una importancia desproporcionada en tu vida; se convierte en objeto de deseo, consulta, acceso, visita, consumo recurrente y compulsivo; y finalmente un día te das cuenta de que ya no puedes vivir sin eso… REVÍSALO. PRÉSTALE MUCHA ATENCIÓN. Tal vez se esté convirtiendo en un altar de Baal.
Lámpara es a mis pies tu palabra,
Y lumbrera a mi camino.
(Salmos 119:105 RV60)
¿Quién podrá entender sus propios errores?
Líbrame de los que me son ocultos.
(Salmos 19:12 RV60)
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